Ante el cuestionamiento de cómo surgió la escritura, las personas relativamente conocedoras darían una respuesta rápida y sencilla.
Probablemente responderían que nació en la antigua Mesopotamia, 3 o 4 mil años antes de Cristo.
Los más educados o dueños de conocimientos históricos más grandes añadirían que la escritura se extendió a Egipto, donde adoptó la forma de los célebres jeroglíficos.
Esta explicación parecería lógica y convincente, ya que resulta coherente con lo que hemos visto hasta ahora en nuestras clases de historia.
Sin embargo, debemos ser conscientes de que aquellas comunidades primitivas no tenían nada que contabilizar, pero sí mucho que contarse, y esas historias podían haber propiciado la invención de la escritura.
Los ancestros del hombre vivían en grupos pequeños, de modo que tan sólo usaban la comunicación oral.
Los pueblos de cazadores y recolectores no necesitaban de la palabra escrita; tampoco requerían de ella los primeros agricultores y ganaderos.
Son las primeras civilizaciones estatales las que estarían en todo derecho de reclamar la autoría de los primeros signos merecedores del nombre de escritura.
La teoría más moderna sobre el origen de la escritura fue formulada por un paleontólogo italiano a comienzos de la década de los noventa.
Tras estudiar y registrar más de 20 millones de signos grabados en las paredes de las cuevas de todo el mundo, llegó a la conclusión de que resultaba posible ver en ellos más que simples dibujos.
De ser así, tendríamos que adelantar bastante el origen de la escritura; ya no hablaríamos de 5 milenios, sino de 40, pues los primeros signos grabados en las paredes de las cuevas, datan de hace unos 40 mil años antes del presente.
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